Ecuador vive una realidad que, hasta hace poco, parecía sacada de un guión cinematográfico. Sin embargo, la creciente ola de violencia ha convertido el blindaje de casas, vehículos y hasta prendas de vestir en una necesidad cotidiana, más que un lujo. La situación se ha tornado tan grave que el blindaje se ha convertido en una industria en ascenso, con empresas especializadas en ofrecer protección a aquellos que buscan refugio en un país sacudido por el crimen organizado.

La muerte del fiscal César Suárez en Guayaquil no es más que la manifestación más visible de un problema mucho más profundo. En Ecuador, los números son alarmantes: una persona muere cada 69 minutos debido a actos de violencia. La tasa de homicidios ha escalado a niveles sin precedentes, y el blindaje se ha convertido en una respuesta, quizás desesperada, a esta crisis de seguridad.

Empresas como Globalsegupro, bajo la dirección de Christopher Eggeling, han visto un incremento notable en la demanda de chalecos antibalas y otros artículos de protección. Utilizando materiales de vanguardia importados de EE.UU. y Europa, estas compañías están ofreciendo soluciones de blindaje que no solo son efectivas, sino que también reflejan la gravedad de la situación. Y aunque el costo puede ser elevado, para muchos, la seguridad no tiene precio.

La tendencia del blindaje no se limita a la protección personal. Empresas como AutoExpress, dirigida por Fernando Sánchez, han visto un notable aumento en la demanda de blindaje vehicular. Los vehículos, convertidos en verdaderos búnkeres sobre ruedas, son testimonio de un conflicto que no se limita a las calles, sino que afecta a todos los aspectos de la vida cotidiana. Además, el blindaje arquitectónico emerge como una nueva línea de negocio, protegiendo no solo a las personas sino también a los espacios donde viven y trabajan.

La situación en Ecuador es un claro ejemplo de cómo la violencia y la inseguridad pueden transformar una sociedad. Más allá del impacto económico, el costo humano es incalculable. La necesidad de protección ha cambiado la forma en que la gente vive, trabaja y se relaciona con su entorno. El blindaje, ya sea personal, vehicular o arquitectónico, es una respuesta a esta realidad, pero también es un recordatorio de los desafíos que enfrenta el país en su lucha contra la criminalidad y la violencia.

En este contexto, Ecuador se enfrenta a una encrucijada crítica. Mientras las autoridades buscan soluciones para combatir el crimen y restaurar la paz, la sociedad se adapta a una nueva normalidad. Una normalidad donde la seguridad se ha convertido en la prioridad máxima, y el blindaje en una necesidad ineludible.